Mi muy querido amigo Jorge García Herrero había decidido pasar sus vacaciones en uno de esos idílicos y bucólicos países nórdicos protagonistas de postales navideñas, influido, a buen seguro, más que por el clima por la orografía del terreno, en busca de aquellos recónditos parajes donde hubiera sido rodada más de una secuencia de la famosa serie «juego de tronos». Claro que no fue el único, mi alter ego, Carmen Carbonell, otra friki de la serie, convenció, (más bien enredó a Ramón), para viajar a Islandia y con ello retar a Paco Rosales a averiguar qué escena había sido rodada en aquella instantánea que nos hizo llegar.

Ni Jorge ni Carmen calibraron con exactitud las consecuencias de aquella decisión, guiados como estaban por ese desmesurado ánimo cinéfilo. Durante más de una semana fueron sometidos a unas prácticas culinarias extremadamente crueles por parte de los vikingos, todo ello a base de un millar de variedades de muesli, cereales corn flakes, fruta deshidratada, yogures bio, leche de soja, arroz y avena y aquellos asquerosos arenques embotados en una pasta o salsa que no soy hoy aún capaz de definir sin dar arcadas.

Si Cela promocionaba las sentadillas de culo como técnica para limpiar los intestinos mediante la inmersión de aquél en el bidé y aspersión del agua por el mismo culo, los vikingos no iban a la zaga en cuanto a efectividad, aunque su técnica era más depurada y menos invasiva, todo hay que decirlo.

El colmo de los agravios culinarios de estos personajes, a diferencia de lo que opinó en su momento Paco, no es mezclar en un crêpe chícharos con tomate, que lo es, sino hacerte participe de la belleza de los renos, esos delicados, tiernos y bellos animalitos, cooperadores necesarios de la red más efectiva de transporte internacional (en un solo día hacen llegar, como saben, millares de regalos a todos los niños del mundo) para luego servírtelos en un plato acompañado de puré de patata de sobre y mermelada de arándanos.

En mi modesta y humilde opinión de trotamundos tengo una teoría: las ansias de conquistar nuevos países por parte de los vikingos tuvo su origen en esa necesidad de alimentarse debidamente. Su carácter cruel y despiadado en sus bajones de azúcar.

Pero en esas ansias de expansión tuvieron poca fortuna, a mi parecer, pues fueron a recular en las islas británicas, que gobernaron durante largos años con un resultado nefasto para su ¿cultura? gastronómica.

¡Ay, qué distinta hubiese sido la historia si en lugar de aterrizar (más bien atracar) en las islas británicas lo hubiesen hecho en Málaga, Cádiz o Huelva. Jorge y Carmen, en lugar de esos comistrajos, habrían degustado con total normalidad, gazpacho, salmorejo, espetos, tortillitas de camarones, choco, lomo en manteca, zurrapa o jamón joselito.

Ahora que, una cosa les digo, les está bien empleado por mofarse de mi, ya que siempre aconsejo llevar en la maleta un cuarto kilo de lomo y jamón, a lo Paco Martínez Soria, pero más sofisticado, por lo que pueda pasar; costumbre que adquirí desde que sufriera yo las inclemencias alimenticias de esa gente aquel verano de 1997, año en el que coincidí con Chiquito de la Calzada ( de la Calzá para los de abajo de Despeñaperros) en el Lapland hotel Bear’s Lodge de Rovaniemi. A la sazón, Chiquito estaba promocionando su película «Aquí llega Condemor, el pecador de la pradera».

Para estos gentiles, Condemor, la expresión reiterada de manera pertinaz por Chiquito, y repetida a coro por el resto del equipo de la película y los pocos incautos españoles que allí nos encontrábamos, vino a significar una especie de saludo, de consigna, que aquellos asumieron como tal de modo inmediato, repitiéndola al unísono con el objetivo de establecer lazos de hermanamiento y amistad con los españoles. Lo que nunca llegaron a adoptar fue la postura y el movimiento mecánico que solo Chiquito sabía efectuar con precisión matemática, gracejo y soltura, que en cualquiera de los vikingos hubiese resultado impostada.

Y así, cada vez que el personal del hotel se cruzaba con alguno de nosotros nos saludaba con un Condemooooorgg, pero sin saltito, como ya he dicho.

Una servidora, a diferencia de mis amigos, decidió apostar por lo seguro y volví por quinto año consecutivo a la parte central de Portugal, a una pequeña aldea situada a unos 30 km de Lisboa y aproximadamente 10 de Sesimbra: Alfarim.

Alfarim tiene, según los datos de la cámara municipal de Sesimbra, a cuyo concejo pertenece, unos 760 habitantes aproximadamente y hasta hace poco su economía se basaba exclusivamente en la agricultura. El turismo de estos últimos años, atraído por la proximidad de las playas de Meco y Sesimbra, del Cabo Espichel y de la Lagoa de Albufeira han contribuido en gran modo a su desarrollo y a la obtención de otro modo de riqueza.

Semanas antes de mi partida hacia Alfarim había recibido un correo electrónico de Nuno Carvalho, relaciones públicas del Gran Hotel Estoril. Al parecer, inauguraban una de las salas de reuniones, y con el objetivo de dar a conocer el espacio y sus posibilidades para futuros eventos, reuniones y exposiciones, fueron invitados un gran y variado surtido de personalidades del mundo de la política, espectáculo y cultura, así como destacados clientes del hotel.

Yo conocía a Nuno de hacía varios años atrás cuando tuvo un incidente o percance durante sus vacaciones de Pascua en Torremolinos. En un control rutinario de alcoholemia dio positivo, incoándose diligencias urgentes de juicio rápido del que conoció el juzgado de instrucción número 2 en funciones de guardia y cuya defensa de oficio asumí yo. Quedó tan sumamente agradecido que a partir de entonces fuimos trabando una gran amistad que seguimos manteniendo hasta el día de hoy.

La inauguración estaba señalada para el 20 de agosto y hasta Estoril me desplacé desde Alfarim para asistir al evento.

Ciertamente el poder de convocatoria fue todo un éxito, no solo por el volumen de asistentes sino también por el caché y pedigrí de los mismos. Curiosamente me llamó la atención, de entre aquéllos, un individuo que al parecer era el príncipe heredero de Montenegro. Un tipo curioso por su afectada forma de expresarse y el histrionismo de sus gestos. Se hacía acompañar de una cohorte de gregarios que parecían reírle todas sus patochadas, alimentando con ello su insoportable ego.

No le habría prestado mayor atención y me habría ido lanzada hacia los tentempiés si no hubiera sido por una rubia un tanto extravagante que le acompañaba. Destacaba sobre el resto no sólo por su proximidad con el príncipe sino por su manera de interactuar con él, por su mayor complicidad e implicación en la puesta en escena. Curiosamente aquella mujer se parecía sobremanera a Adeline Toureau García, antiquísima clienta mía que había sido absuelta por una presunta estafa hotelera.

Pero no, aquella mujer no podía ser. Habían transcurrido más de 10 años, y aunque el pelo era tan ficticio y simulado como el que recordaba, enfundada como estaba en una talla 38 no podía ser Adeline, que entonces estaba oronda como mi mesa camilla.

Nuno se deseternilló de la risa por mi ocurrencia, así que deseché la idea y me lancé sin más dilación a por los canapés y el Alvariño de Monçao, transcurriendo la velada de un modo muy ameno, pues se había dispuesto hasta música en vivo.

A la vuelta de mis vacaciones, ya en casa, recibí un correo de Nuno que decía así:

Mi muy querida amiga:

Lee la traducción que te adjunto del jpg. Mira antes de la traducción la fotografía. Es un extracto del Correo da Manha.

Eres un lince, menos mal que no subestimé tu increíble imaginación y, sobre todo, esos pálpitos tuyos. Gracias a la rubia de pega… Pero no quiero adelantarte nada. Te debo otra y bien grande. Te espero a ti y a tu familia el año próximo.

Muchas gracias, otra vez

Abrazos, Nuno.

Casi me da un espasmo. Había traducido la fotografía del diario Correio da Manha, efectivamente. En el centro de la noticia, una fotografía mostraba a un individuo encopetado de medallas e insignias, portando además una banda azul que le atravesada desde el hombro hasta el costado opuesto.

“La Policía italiana ha denunciado por estafa a un hombre que supuestamente se hacía pasar por príncipe heredero de Montenegro, lo que le permitía ser invitado a hoteles de lujo y codearse con autoridades y estrellas del deporte y del espectáculo …”

Pero eso, eso es otra historia.

Nota: Quiero agradecer desde aquí el gesto de cariño de mi amigo Jorge, cuya valía pone de manifiesto en su blog de manera constante. No me cabe duda lo que decían los entendidos, el sentido del humor es un signo de inteligencia.  Jorge lo posee.

Aquí les dejo el enlace del post a cuyas peripecias he querido hacer referencia. Si no lo siguen, ¡¡háganlo ya!!

Góndomor o La Bestia Insaciable (basado en hechos reales)