Aquel lunes estaba resultando un despropósito. Todas las Leyes de Murphy parecían haberse confabulado para manifestarse, pero sobre todo aquella de “si algo puede salir mal, saldrá de la peor manera posible” .

Ignoraba el modo y la manera de salir de aquel círculo concéntrico bifásico que me engullía sin retorno, como a Alicia la madriguera de “Conejo Blanco”…

La vista oral estaba señalada para las doce treinta del medio día y cuando llegué ya había un retraso de hora y media. Pese a ello, mi cliente –al que no tenía el gusto de conocer- no había aparecido aún, según me confirmó la agente judicial.

Aparentemente era un procedimiento ordinario sin mucha complicación. La actora reclamaba a mi representado y a su madre una cantidad de dinero en concepto de rentas debidas tras un año de la firma de un documento donde, tras manifestar ambas partes estar de acuerdo en resolver el contrato, se entregaban las llaves de la vivienda y, por tanto, la posesión de la misma.

Frente a dicha pretensión argumentamos, mi compañero y yo, que la firma de aquel documento en el que se procedía a la entrega no era ni más ni menos que un mutuo disenso, una voluntad común de dar por terminada la relación contractual, desligándose de las obligaciones contraídas y, por tanto, del mismo se infería que nada tenían que reclamarse las partes. Máxime después de más de año y medio desde la entrega. Porque, haciendo uso de la doctrina de los actos propios, manifestamos que quien se aparta por pacto resolutorio del negocio jurídico no podía, de acuerdo con las reglas de la buena fe, ejercitar los derechos que de aquél se derivaban, entendiendo el actuar de la actora de desleal.

Entre la documental que pudimos aportar, excepción hecha de aquel documento, se encontraban diversos recibís manuscritos de la actora.

De hecho, así se lo corroboró la madre de mi cliente, codemandada, a mi compañero, en el sentido de que algunas de las cantidades reclamadas habían sido abonadas en efectivo.

La firma, aun siendo bastante similar a la del contrato, a ojo de buen cubero tenía trazos distintos que cualquier lego podía apreciar. Sin embargo, la explicación que ésta dio, según me comentó mi compañero, y con absoluto desparpajo, es que la diferencia de trazos se debía sencillamente al momento en que se produjo la firma, argumentando que la actora lo hizo un tanto bebida. Según le contó, las relaciones entonces eran amistosas, hasta el punto que solían quedar para cenar y tomar algunas copas. De ahí su insistencia en lo desacertado, inopinado e imprevisto de la reclamación.

Era evidente, pues, dadas las circunstancias, la mala fe de la actora, quien después de apartarse del contrato y recuperado la posesión de la vivienda, tras un año, venía a reclamar unas rentas que, de un lado, habían sido abonadas, según esos recibos manuscritos y, del otro, a mayor abundamiento, se entendían condonadas al no tener las partes nada que reclamarse tras el mutuo consentimiento de dar por resuelto aquél. Pese a todo, ignoraba qué había ocurrido en aquella aparente buena relación para culminar como el rosario de la aurora, en gran medida porque no había tenido el gusto de entrevistarme con ninguno de lo dos, mi cliente y su madre, por causas imputables a éstos…

Teníamos ya un retraso de más de ciento treinta minutos y mi cliente no aparecía, pese a estar citado para el interrogatorio. Sin embargo, cuando lo hizo, a escasos minutos de entrar a Sala, no agradecí su presencia, pues parecía estar bebido. Desprendía un olor que era una mezcla de sintasol, absenta y agua de fregar y un aspecto desaliñado y descuidado.

Lo esperpéntico de la escena no fue su llegada, no. Vino después, durante la vista, concretamente en el interrogatorio.

El Letrado de la actora, que venía en sustitución de su compañero de despacho, padecía problemas no tanto de dicción como un trastorno del habla que le hacía prolongar sonidos y sílabas sin terminar de pronunciarlas. Y no sé si animado por el grado de alcohol en sangre o por la desfachatez innata que parecía tener, pero lo cierto es que, a cada pregunta que se iniciaba con una sílaba por parte de mi compañero, el descarado la terminaba a su antojo para solaz de su madre. Pero su desparpajo e insolencia no terminaba ahí, sino que a la acción de terminar la pregunta y contestar a su antojo la acompañaba con lo que a ciencia cierta no supe adivinar si era un guiño o un tic en el ojo derecho dirigido a S.Sª.

La escena pese a que en términos de temporalidad duró lo que dura un suspiro, a mi se me hizo eterna; parecía estar sometida a un campo gravitatorio mayor, pues la escena parecía dilatarse en el tiempo y en el espacio hasta que un chillido voraz y vesánico me levantó del asiento:

-“SE ACABOOOOOOOOOOOOÓ!!!!!!!!!, DEJE USTEDDDDDDD QUE EL LETRADO LE FORMULE LA PREGUNTA Y NO TERMINE LA FRASE. Y POR SUPUESTOOOOOOOO, DEEEEEEEEJE DE GUIÑARME EL OOOOOOOJO O LE EXPULSARÉ DE LA SALA”…

Aquello fue más efectivo que un café con sal porque por arte de birlibirloque mi cliente recobró la compostura y se estabilizaron sus niveles de alcohol en sangre, pero produjo el efecto contrario en el Letrado de la actora, quien quedó paralizado por la actitud de S.Sª.

Permaneció en “stand by” durante un tiempo prolongado, de tal manera que, mientras mi cliente se deshacía en explicaciones acerca de que aquella contracción nerviosa involuntaria era debida al sometimiento de una situación estresante, apercibimos en la sala un sonido envolvente ““ssssssssssssssssssssssssssh” que provenía de la boca del Letrado contrario.

Aquello parecía no terminar y, esta vez, era mi compañero de estrado el que hizo el conato de querer terminar la frase, lo que fue inmediatamente abortado por mi puntapié nada involuntario, todo hay que decirlo, bajo la mesa. Puntapié que vino acompañado con una caligrafía casi ininteligible de la que creo que sólo entendió un NO rotundo con mayúsculas, y al que acompañaba la advertencia “ni se te ocurra” que supongo dedujo por mi cara y la patada recibida.

La palabra con todas sus sílabas completas terminó en la boca de S.Sª, quien, finalmente, remató la frase y casi dio a entender al Letrado la futilidad de continuar con el interrogatorio, pues en poco en nada aclararía si los pagos se llegaron a efectuar, ya que en todo caso, la pericial arrojaría luz sobre aquél extremo, dada la impugnación que ya constaba de la documental hecha en su día sobre la autenticidad de la firma que figuraba en los recibos.

La pericial no dejó lugar a dudas de la falsedad de la firma. No le bastó a la perito con descartar que aquella firma hubiese sido hecha por la actora sino que parecía jactarse de la burda imitación de la rúbrica. Disfrutaba con cada explicación para regocijo del compañero y para martirio nuestro.

“… Y ya, entrando en detalles, si nos fijamos en la inicial del apellido, el trazo es diferente y el sentido del movimiento de la firma más aún. Les pondré un ejemplo, si vamos de Madrid a Barcelona para describir el movimiento de la firma, una iría de Madrid a Barcelona y la otra de Madrid a Barcelona pasando por Santander. Es que no tiene nada que ver. Una tiene forma de mástil de vela y la otra tiene forma de árbol”.

Aquello era la muerte a pellizcos y parecía que no iba a tener fin. La perito parecía envanecerse hasta que S.Sª puso fin a aquella disertación, con un firme: “¿alguna duda o pregunta acerca del dictamen?”

Desde luego, lo que era a mi no me cabía ninguna duda de que mi cliente y su madre eran dignos protagonistas de 13 Rue del percebe, los del tercero izquierda, encarnados en el patoso ladrón y su fastidiosa madre. Perder no me gustaba, pero menos que eso, quedarme fuera de juego.

Pero lo que definitivamente consiguió desarmarme hasta el punto del pasmo y el desconcierto fue la recuperación tan extraordinaria en la dicción de mi compañero contrario a la hora de sus conclusiones. Y no, no por su brillantez, pues la perito y mi cliente le habían hecho el trabajo, sino porque el espíritu de Demóstenes pareció penetral en él; sí, el mismo que recuperó con tesón y fuerza de voluntad su capacidad para expresarse sin tartamudear, pero aquél a diferencia de éste no se introdujo nada en la boca salvo la satisfacción de habernos dejado a nosotros sin habla, pero eso, eso es otra historia