Juan Carlos y Eva se conocían desde primero de BUP, ella era compañera mía de clase, pero él, por el apellido, había sido destinado a otra, concretamente BUP B. Por eso la relación con él no era tan cercana, por eso y porque además Eva se pasaba todos los recreos junto a él, cogidos de la mano, como decía la canción de Víctor Manuel.

Era buenísima en matemáticas y a mi se me daba muy bien lengua y literatura, así que hicimos migas enseguida. Con los años, mi opción por letras puras me separó de compañera de pupitre, pero la amistad siguió como también su romance con Juan Carlos. Aquello no era ya una aventura esporádica, habían formalizado su relación y lucían ambos en sendas manos izquierdas un anillo de plata de idéntico diseño pero de distinto tamaño.

En COU, Eva y yo volvimos a coincidir, compartiendo la asignatura de lengua y de historia. Fantaseábamos a menudo con qué haríamos después. Ella siempre se burlaba de mi y me ponía notas del tipo “serás una abogada de causas perdidas” y yo, para contrarrestar a la suyas, le colocaba otras del tipo “tú serás médico con licencia para matar impunemente”.

Todo parecía que estaba ordenado de forma natural para que siguiéramos nuestras vidas tal y como habíamos deseado, pero un día de abril me di cuenta que eso nunca sería así, al menos, con la proyección y la planificación marcada.

Eva había comenzado a sentirse muy mal en clase y el tutor llamó a sus padres. Faltó durante más de dos semanas y la selectividad se nos echaba encima. Yo hacía lo que podía con las asignaturas comunes, pasándole los apuntes a final del día y los de su clase de ciencias lo propio. Al parecer Eva estaba afectada de un raro virus estomacal que la hacía devolver sin parar.

Cuando por fin regresó no se la veía feliz, sino cariacontecida, mortecina. Yo lo achaqué a la enfermedad, más bien a los efectos de ésta, y al detalle de la inminencia de la selectividad. Pero no. Eva me confesó que estaba embarazada, que durante esas dos semanas sus padres y los de Juan Carlos habían decidido qué iban a hacer, acordando la boda y el futuro de ambos. Eva terminaría COU y se examinaría de selectividad, pero quien cursaría estudios universitarios sería Juan Carlos. Cuando el bebé tuviera la edad para ser escolarizado, Eva retomaría sus estudios. Huelga decir que ninguna de las familias gozaban de una posición económica holgada y que ambas debían hacer grandes sacrificios para que sus hijos pudieran estudiar.

Juan Carlos y Eva se casaron tal y como estaba previsto y su hijo nació en noviembre. Con mi marcha a la Universidad dejé de tener contacto con ella de forma paulatina, aunque supe que a Juan Carlos lo admitieron en la Facultad de arquitectura y que Eva, a pesar de renunciar a sus sueños, no era infeliz.

Pasaron casi once años y un buen día me llegó una carta de mi Ilustre Colegio. Había sido designada para la defensa en una pretensión de divorcio de la justiciable doña Eva Pérez Ruíz. No me lo podía creer. Eva, mi Eva… se me hizo un tremendo nudo en el estómago.

Había cambiado completamente de aspecto, el tiempo le había pasado factura, el tiempo o los desengaños. Me contó que Juan Carlos tal y como estaba previsto había terminado arquitectura, que entonces Juanito tenía seis años pero que tras él, habían nacido Patricia y casi a los 11 meses después Paula. Que no pudo cursar medicina pues trabajaba como madre y esposa a jornada completa y que ya con los tres hijos tenía que compaginar horarios: pediatra, tutorías, fiestas escolares y demás. Así que lo que pudo estudiar de forma nocturna fue una diplomatura. Se hizo enfermera, trabajando normalmente en horario nocturno para poder compaginar todo a la vez. En ese momento sentí un orgullo inmenso por aquella mujer, que pese a no poder cumplir su sueño de ser médico, al menos había intentando compaginar su faceta como madre y esposa con su promoción laboral.

Juan Carlos tras terminar sus estudios progresó laboralmente en Marbella haciendo grandes obras urbanísticas y pronto comenzó a destacar entre esa gente “vip”. No faltaba a ningún sarao y acudía siempre solo, en un primer momento porque a lo que iba, según le reprochaba a Eva, era a trabajar. Luego no necesitó excusa. Eva comenzó a estudiar por las noches y luego a trabajar. Y tal y como amargamente me relató, lo suyo fue como la canción de Mecano, cruz de Navajas, no coincidían en el lecho, sólo compartían el café, mojándose las ganas en él…

Juan Carlos la había dejado por una chica 15 años más joven, con un cuerpo y estilo milimétricamente estudiado… “de las que adornan las fiestas de los nuevos ricos –me dijo con una sonrisa amarga.

El divorcio culminó con la atribución del uso y disfrute del piso a favor de los menores y de Eva y una pensión alimenticia a favor de aquellos. Ninguno de los dos puso ninguna traba, pues querían ante todo llevar la ruptura de forma ordenada por los hijos; sin embargo sí me pareció ver a Juan Carlos avergonzado el día de la ratificación del Convenio Regulador.

A los meses de la sentencia, Eva me llamó para comentarme que Juan Carlos se había vuelto a casar con aquella modelo de tres al cuarto y que esperaban un hijo. Se lo había dicho Juan, el mayor de los tres, que tras la última de las visitas le comentó a Eva que no volvería a ver a su padre ni a aquella Barbie de plástico a la que no soportaba.

No supe más de ella, de eso hace aproximadamente tres años. No hasta hace dos semanas. Sin cita previa, Eva vino al despacho, cosa que me sorprendió sobremanera. Quería comentarme algo y en compensación me invitó a comer.

Había comenzado a estudiar medicina y las cosas parecían irle bien, pero no sé por qué sentí en aquella sonrisa maliciosa, sardónica y burlona que había algo más. Así que sin ambages le pregunté qué pasaba.

Juan Carlos se estaba divorciado de Barbie en un proceso largo y costoso, en el que, al parecer, le pedía una pensión compensatoria y alimenticia de magnitudes considerables. Lo que no entendía era el sentido de la carta que me enseñó, era de su entidad bancaria.

Ponían en su conocimiento, al ser la titular de la cuenta afectada por la información, que el Juzgado de 1ª Instancia de Marbella les requería para que por quien correspondiera se certificaran las cantidades abonadas en concepto de pensión alimenticia por parte de Juan Carlos durante un período concreto de años.

De repente, no pude parar de reír pese a la cara de estupefacción de Eva.

Cogí el móvil y le enseñé el artículo 1.362 del código civil:

«Serán de cargo de la sociedad de gananciales los gastos que se originen por alguna de las siguientes causas:

1ª El sostenimiento de la familia, la alimentación y educación de los hijos comunes y las atenciones de previsión acomodadas a los usos y a las circunstancias de la familia.

La alimentación y educación de los hijos de uno solo de los cónyuges correrá a cargo de la sociedad de gananciales cuando convivan en el hogar familiar. En caso contrario los gastos derivados de estos conceptos serán sufragados por la sociedad de gananciales, pero darán lugar a reintegro en el momento de la liquidación«.

Aquella mujer no sólo reclamaba pensión compensatoria y alimenticia para sus dos retoños, no. En la liquidación de su sociedad de gananciales con Juan Carlos, concretamente en el inventario, había incluido todas aquellas cantidades sufragadas por aquél en concepto de alimentos a sus hijos, los que había tenido con Eva, durante los años de este segundo matrimonio.

Huelga decir que éste no hizo capitulaciones matrimoniales, pero eso… eso es otra historia.