Hace poco alguien preguntó acerca de la especialización en nuestro trabajo. Me acordé de un argumento, atribuido en mi subconsciente a una gran fenicia a la que admiro de manera superlativa (Carmen Carbonell): “hay que poner huevos en muchas cestas”, o algo parecido. También de aquello que nos decían nuestros maestros, “cuando terminéis la carrera no penséis que ahí acaba vuestro esfuerzo y estudio, pues nunca dejaréis de estudiar y, sobre todo, de aprender”.

Estoy a favor de aprender, de seguir aprendiendo, porque como dijo Forrest “uno nunca sabe lo que puede pasar…”.

Especializarse es bueno, pero todo depende de dónde estés y del mercado que tengas. Lo digo porque yo soy abogada de pueblo y mi clientela me exige saber casi de todo. A veces me siento el típico practicante de los 60.

Por aquellas fechas yo ya llevaba unos cuantos años ejerciendo y había tocado todos los palos, bueno, todos excepto el derecho laboral y el administrativo que fue odio a primer renglón. Aún no sé cómo logré aprobar ambas asignaturas, supongo que porque Dios se apiada de los seres simples…

Recibí la llamada de un señor en apuros, con un acento andaluz muy pronunciado y un deje de desesperación que pude apreciar enseguida.

-Es usté la abogá? Mire usté, yo tengo un poblema mu grande. A mi Lolo me lan matao… (sollozos entrecortados), me lan mataaaaaao. El mu sinvergüenza, lo ha sisinao.

En ese instante demudé. No pude articular palabra. Habían asesinado a un tal Lolo y ese pobre hombre a quien llamaba era a mí!!!?

-Cálmese, ¿señor…?

-Evaristo, Evaristo Gómeh, pa servirle.

-Evaristo, dice usted que han asesinado a Lolo. ¿Ha puesto usted denuncia por los hechos? ¿Qué relación tenía usted con Lolo? ¿Quién le ha asesinado? Todo en plan muy dramático, no sabéis lo que se ha perdido el teatro con una servidora.

-¿Denunssia? No, no. Yo no he puesto denunsia. El Lolo es mi loro, que el de la tienda de aniamleh se lo ha cargao Y yo quiero sabé si puedo reclamarle por los daños y perjuisio. Que el mu sinvergüenza dice que el Lolo estaba retotollúo (excesivamente gordo) y que por eso se ha muerto.

Me sentí aliviada, pero también con una inmensas ganas de soltar una carcajada que tuve que ahogar por temor a dañar los sentimientos de Evaristo, que seguía en la letanía maldiciendo los ascendientes y descendientes del de la tienda de animales, incluyendo los colaterales hasta el cuarto grado.

-Evaristo, vamos a tranquilizarnos, le voy a dar cita esta tarde y ya me cuenta usted con tranquilidad y con datos qué ha pasado y yo le diré qué se puede hacer.

Esa misma tarde, a la hora pactada se plantó en mi despacho Evaristo, pero no venía solo. (He decir en este punto del relato que el hombre, aparte de compungido vestía de un modo impecable, poco acorde a la imagen que me había hecho de él, con un traje de corte Hugo Boss y unos zapatos italianos cuya marca no pude apreciar porque tomó asiento de un modo inmediato, dejándose caer en el confidente y soltando con un lamento a Lolo encima de la mesa de mi despacho).

No venía solo, ¡¡maldita sea mi estampa!! Al loro lo había colocado en una especie de caja-féretro y más que loro, parecía un jabalí con plumas de lo gordo e inmenso que estaba. Me llamaron la atención su plumaje, tonos azulado-verdoso, un rojo intenso y la curvatura de su pico. De manera extraña pensé en aquello de la muerte del loro con el pico en el abdomen y no, éste estaba tieso como el mástil de una bandera.

Me dio un poco de grima acercarme al animal, pero Evaristo insistía, porque según me argumentó después, sólo así podría apreciar la causa de su muerte.

Y yo, por más que miraba, sólo podía pensar que el culpable era él, que lo había engordado hasta matarlo, como a los patos a los que se les da comida y hacen paté. ¡Qué asco!, Dije para mí. Menos mal, que el tufillo de la muerte se solapaba con mi ambientador y la colonia de Evaristo.

-¿Se da cuenta, usté de por qué se ha muerto? Inquirió Evaristo más que para hallar una respuesta, para confirmar su hipótesis.

-¿Por el pienso? -dije en voz trémula.

-Veo que usté no entiende de loros, dijo entre amoscado y apesadumbrado.

-Usted perdone, Evaristo, yo no distingo realmente un pollo de una gallina, y de loros, entiendo menos que de física cuántica, pero dígame…

No me dejó terminar.

-Verá usté, yo compré a mi Lolo en la tienda de animales de Carrefú. Mi Lolo seguía una dieta estricta en semillas, frutas y verduras, es verdá que tenía tendencia a la obesidá, era mu sedentario. No se movía apenas, pero hablaba mejó que yo. Rezurta, que yo lo compré hace un par de años en la tienda de animaleh, como ya le he dicho, y de un tiempo a esta parte veía yo que el pobre tenía lah zuña demasiao largas. Así que se lo llevé al niño de la tienda, porque aparte de lah zemillah, ellos entienden mucho de loroh, bueno, eso penzaba yo, que entendían… Lo que paza, es que se le ha ío la mano y mire usté, mire usté…

Yo no quería acercarme ni por asomo, veía al loro tieso y entre el aspecto que tenía, el olor que ya me venía a las papilas olfativas y la cara de Evaristo empujando la caja hacia mí, terminé demudando ahogando como pude una arcada.

Efectivamente, a alguien se le había ido la mano cortándole la uña al puñetero loro, que más que uña y pata, tenía un muñón, amoratado aún, como si un torrente de sangre cual géiser hubiese salido por ahí. Y ya, fijándome aún más en el animal, la cabeza la tenía necrosada.

-No entiendo muy bien a dónde quiere ir usted a parar, Evaristo. Qué tiene que ver ese corte de uñas con su muerte.

-Pueh, para eso estoy aquí. Me dice el de la tienda que no tiene ná que vé, que el loro se ha muerto de gordo y zambullo y que la hemorragia que ha sufrido en la uña y en su cuerpo no tiene ná que ver. Yo quiero que le hagan la utosia, la utosia, pa que determine el veterinario por qué mi Lolo que estaba sano como una pera, lustroso (yo ahí ahogué una carcajada, porque más que lustroso estaba gordo como un zollo, que decimos aquí), se ma muerto. Que lo han sisinao, sisinao.

-¿Se refiere a una autopsia, Evaristo? ¿Una a-u-t-o-p-s-i-a al loro? Tuve que declamarlo así, porque en algún sitio había leído que parándote en cada letra de una palabra evitas soltar una sonora carcajada.

-¡¡¡EXACTO!!!! ¡¡¡EXACTO!!!!¡¡¡EXACTO!!!! Lo repitió como un mantra.

-Vamos a hacer una cosa, Evaristo. Voy a llamar a mi amiga, que tiene una clínica veterinaria y vamos a ver qué se puede hacer. Si efectivamente, Lolo ha fallecido -quise darle un toque de dignidad a Lolo, que la había perdido totalmente metido en esa ridícula caja- por el corte de uñas, yo me comprometo a solicitar la pertinente indemnización de daños. Pero ha de entender que ha de quedar acreditado no sólo el daño, que es evidente porque está muerto, sino que ésta se produjo como consecuencia del corte de uñas y no por un atracón de comida.

Llamé inmediatamente a la clínica y, al parecer, no era en absoluto extraño este tipo de autopsias a animales. Yo pensaba que sólo se hacían esos análisis cuando el animal estaba destinado al consumo humano, pero hete aquí que no, que también a animales domésticos. Lo hubiese pensado en el caso de un perro, para detectar la rabia, pero no hasta el punto de determinar la causa de la muerte de un ave.

La veterinaria determinó que el animal falleció debido a una hemorragia aguda, motivada por el corte excesivo de las uñas, que las lesiones hepáticas eran típicas de los Amazonas obesos y que éstas habían contribuido a que existiera un desorden en los factores de coagulación y de ahí que apareciera la importante hemorragia que acabó con la vida del animal.

El juzgado determinó que, efectivamente, de dicho informe se desprendía que la causa de la muerte fue el excesivo corte de uñas que provocó el sangrado del animal y con la hemorragia el fallecimiento, apareciendo en directa relación de causalidad el fallecimiento con la falta de pericia, diligencia y actitud para desempeñar el trabajo por parte de quien llevó a cabo el referido corte de uñas, quien, además, de haberlo efectuado correctamente, carecía de los conocimientos suficientes para saber, dado el tipo de animal frente al que se encontraba, que en ellos son frecuentes las patologías hepáticas, lo que le hubiese permitido actuar en consecuencia, debiendo haber rechazado el trabajo si no estaba capacitado para desempeñarlo, por lo que al margen de que el loro fuera obeso o que se presentara un desorden en los factores de coagulación, estaba claro que si no le hubiesen practicado un incorrecto corte de uñas, no se hubiera producido la hemorragia, frente a la que no adoptaron ninguna precaución, estando el loro vivo. Se descartó la responsabilidad de Evaristo en su cuidado, a quién se intentó culpar de no llevarlo al veterinario en lugar de llevarlo a la tienda de animales. Añadiendo en este extremo el juez que la responsabilidad más bien recaía en la tienda al aceptar un trabajo sin contar con la formación suficiente para desarrollarlos, apreciándose en ese modo de proceder tanto los elementos que configuran la culpa contractual como la extracontractual, siendo condenados al pago de una indemnización que no viene al caso ahora que la diga.

Evaristo, con la indemnización, encargó una urna para Lolo que según he podido ver, tiene metida en la jaula. De vez en cuando me parece verlo hablar con él, pero eso es otra historia…

 

Las fotos que ilustran el blog pertenecen a Ralph Mayhew y Paolo Candelo, a quienes doy las gracias por tan bellas instantáneas.