Adelina vivía sola en su céntrico piso de la calle Morate. Era un cuarto piso, modestamente decorado, que mantenía el toque añejo de los 60. El televisor estratégicamente situado frente al tresillo, y  aquel tapete en la pared del presidente Kennedy, Marthin Luther King y Jimmy Carter presidían la estancia; justo al lado del tresillo se encontraba Adelina, en su mecedora, parecía mecerse plácidamente.

Hacía más de quince días que ningún vecino la había visto, ni siquiera el Padre Julián, ya que faltó dos domingos consecutivos a misa.

Nadie la  echó de menos, de hecho, Adelina era una anciana insoportable, de carácter agrio y hosco, una persona cetrina y amargada. Rehuía el trato y no contestaba ni los buenos días. Era capaz de helar el infierno con sólo una mirada. El único que la soportaba, y a buen seguro por su ministerio, era el Padre Julián y hasta a él le pasó inadvertida la ausencia de Adelina.

Así que no fue la falta de Adelina lo que hizo que los vecinos llamaran al 112, sino el olor hediondo que provenía del piso. Tras varias llamadas a la puerta sin recibir respuesta, (de hecho, de haber estado Adelina, la voz gutural y vesánica de ésta habría ahuyentado al más pintado), procedieron a la apertura de la misma a presencia judicial.

El forense determinó que Adelina había muerto por causas naturales, de hecho, le había sobrevenido durante el sueño.

Llevaba un largo vestido de color blanco, tan níveo que no hacía sino resaltar sus facciones cadavéricas.

En el acta del Juez instructor figuraba:

“… Se trata de una vivienda, en cuyo rellano existe otra más; la puerta ha sido abierta a presencia judicial por el portero del inmueble, tras haberse denunciado que desprendía desde hacía días un fuerte hedor.

Entrando y después de un pequeño hall, se encuentra el salón, situándose al margen izquierdo un sofá de tres plazas y una mecedora en donde aparece una persona tumbada, sin signos de vida, en estado evidente de descomposición cadavérica. Justo en  su mano derecha, que se encuentra con evidentes signos de rigidez, lleva asida lo que parece una carta. La habitación se encuentra en estado correcto, si bien las persianas están bajadas totalmente, las cortinas cerradas, pudiendo observarse encendida la televisión y encontrándose por la policía judicial dos folios junto a la mano derecha del cadáver que también son recogidos por los expertos de la policía judicial.

Por la vecina, doña Gertrudis Mesa Jiménez y por don Florencio Azumendi Guzmán, portero de la finca,  se manifiesta que hacía más de quince días que no la veían, pero sí oían el televisor. Pero alertados por el hedor que hacía varios días venían soportando y que canalizaron en la vivienda, unido al hecho de que no contestaba a los requerimientos realizados mediante llamadas a la puerta, alertaron a la policía. 

Por el Sr. Juez se ordena al Médico Forense proceda al reconocimiento.

Por el médico forense se manifiesta, que la persona cadáver, por el evidente estado de descomposición, llevará muerta dos semanas y que nada más puede decir a la vista del mismo, siendo necesaria la práctica de la autopsia para determinar la causa del fallecimiento, aunque todo parece indicar que por causas naturales, dada la edad y la ausencia de vestigios violentos.

Por el Sr. Juez se acuerda el levantamiento del cadáver y el traslado al Instituto Anatómico Forense, para que se lleve a cabo la autopsia por dos facultativos, se hacen los despachos necesarios y para que consten firman su señoría y todos los presentes, de lo que yo el Secretario doy fe…”

Evidentemente, la autopsia determinó que Adelina murió por causas naturales. Fue enterrada de manera austera, de la misma manera que había vivido, según me contaron, con la asistencia del Alcalde, el párroco que era su confesor y guía espiritual, cuatros beatas y los preparadores de las catequesis de iniciación.

Nadie esperaba que se sucedieran los acontecimientos que sobrevinieron meses después

Adelina tenía una fortuna oculta de más de tres millones de euros, había otorgado testamento y había dispuesto de su patrimonio para después de su muerte.

Ordenaba la constitución de una fundación benéfico-educativa, con el fin de asegurar la enseñanza de niños con menos recursos, principalmente aquellos en el umbral de exclusión, nombrando albacea testamentario al párroco y al Alcalde. En caso de que éstos no existieran, o incumplieran esta obligación, la escritura se otorgaría por el Protectorado, previa autorización judicial, según dispone la Ley de Fundaciones 50/2002, de 26 de diciembre.

-Como bien saben, las fundaciones son organizaciones constituidas sin fin de lucro que, por voluntad de sus creadores, tienen afectado de modo duradero su patrimonio a la realización de fines de interés general, como pueden ser, entre otros, los de asistencia social e inclusión social, cívicos, educativos, culturales, científicos, deportivos, sanitarios, laborales,  de promoción y atención a las personas en riesgo de exclusión por razones físicas, sociales o culturales, etc…

En lo que se refiere al Protectorado mencionado, que ha de otorgar la escritura de constitución para el caso de que no haya personas designadas por el causante o los designados no lo hicieran, su objeto es velar por el correcto ejercicio del derecho de fundación y asegurar la legalidad de la constitución y funcionamiento de las fundaciones. El Protectorado se ejerce con respeto a la autonomía de funcionamiento de las fundaciones y con el objetivo del cumplimiento de la legalidad y de los fines establecidos por la voluntad fundacional-.

De manera muy sorpresiva para todos, Adelina no sólo tenía un patrimonio oculto sino que aquella extraña mujer, huraña, hosca, desabrida, sombría, cetrina y lúgubre, había dispuesto crear una fundación para que aquellos niños sin recursos pudieran ser hombres probos el día de mañana.

Nadie entendía nada, ni siquiera don Julián, hasta que salió a la luz aquella carta, la que Adelina tenía agarrada a su mano cuando le sobrevino la muerte.

Pero eso, eso es otra historia…


                                                                                                                                                                                                       Agosto de 1938
 Querida Adelina:
                  Por fin el destructor ha sido reparado y nos adentramos hacia un futuro incierto; nuestro destino es desconocido, todo es un perfecto mutismo.
 Aparentando ser un destructor británico, hemos colocado en proa la bandera británica y las chimeneas han sido pintadas con dos franjas negras. Ojalá podamos llegar a nuestro destino sin ser descubiertos por la Armada sublevada. Espero y deseo que esta locura termine pronto.
 En cuanto a mi salud, que preguntabas en tu carta, las fiebres remitieron, pero se me ha quedado un pitido constante e impenitente que según el médico se llaman sibilancias. A mi no me importa este ruido estertóreo, pero mis compañeros de catre dicen que parezco una carraca y que no les dejo dormir. Ya ves, aún les quedan ganas de hacer bromas.
Cómo te echo de menos a ti, a nuestro pueblo, los paseos por la plaza, incluso el café de Arcadio… ahora me parece todo un lujo inaccesible.
Será por todo eso que tengo un sueño recurrente, te veo a ti, sentada en la mecedora de la salita de casa de tus padres, estás vestida de un blanco níveo que hasta molesta, llevas en brazos un niño de escasos meses, rubio, con ojos azules, se parece a mi, y lo meces y lo miras y sonríes… Ya sé que es extraño, máxime si tenemos en cuenta que aún no nos hemos casado. Esta maldita guerra… Este largo y prolongado silencio de Dios… Pero no quiero parecerte pesimista, sabes que no lo soy.
Felipe, del que te hablé, dice que leyó hace tiempo en un libro que los sueños reflejan nuestros más ocultos deseos. Vaya cosa curiosa, verdad?
Ojalá hubiera podido yo seguir con mis estudios, lástima que mis padres no dispusieran de más capital que un catre y cuatro paredes, mi destino habría sido otro, pero es lo que tiene ser pobre, al final la pobreza va unida irremediablemente a la ignorancia…
Pero no nos pongamos tristes, quisiera despedirme de ti con un largo y prolongado beso, esos que te robaba en la esquina de tu casa, ¿recuerdas?
Espero recibir pronto noticias tuyas, la última carta  tardó en llegar, y me haces tanto bien… con ellas siempre acaricio la esperanza de que pronto, muy pronto nos volvamos a ver.
Te quiere, Agustín.