Conocí a María en el Registro de la Propiedad núm. 2 de Benalmádena. Yo iba a pedir una nota simple y casi me doy de bruces con el cubo de la fregona, despistada como soy por naturaleza.

Reconozco que no me apercibí de que el suelo aún estaba chorreando ni tampoco me fijé en el triángulo de peligro que había sido colocado, deslizándome con los tacones y el maletín justo hacia el cubo de la fregona.

María se disculpó, sin embargo, pese a mi torpeza sintiéndome un poco avergonzada porque la distracción y el fallo había sido mío y no de la joven de ojos rasgados, que abultaba casi tanto como el mostrador, por su avanzado estado de gestación.

Entablamos una corta conversación, mientras Rodrigo me buscaba las notas que había solicitado y me adjuntaba la factura.

A esas horas de la tarde, sólo permanecíamos en la estancia Rodrigo, María y yo y quizás algunos oficiales a los que no pude ver tras los cristales tintados.

Se lamentó una vez más del desorden, achacándolo a que a esas horas de la tarde no solía acudir público y era cuando mejor podía desarrollar su labor de limpieza…

-Siento que se haya podido usted lastimar, es que a esta hora no viene nadie…

-Perdone –la interrumpí-. No tiene usted por qué disculparse. La que va al retortero soy yo, no he visto ni la señal, ni el cubo ni me he fijado en el suelo. Si incluso le estoy agradecida, ¿no ve, acaso, que quien tropieza y no cae adelanta camino?

Se echó a reír con una espontaneidad y desparpajo tal, que me contagió la risa.

-Mi nombre es María Jesús. No se apure, mujer, que yo también friego y limpio en casa. Lamento haberle pisado el suelo.

-Yo soy María, llevo aquí varios años, pero soy de Nazaret. Me encontrará aquí todos los viernes. Es un día complicado para mi pero es lo único con lo que contamos mi marido y yo.

Mi naturaleza curiosa me llevó a preguntar por qué era un día complicado un viernes por la tarde…

-Porque celebramos en casa el Sabbat –me dijo con total naturalidad.

La ayudé a recoger el cubo, instante en el que Rodrigo volvió de la impresora para entregarme las notas y la factura.

Me despedí de ambos y casi vuelvo a tropezar de nuevo esta vez en la puerta con un señor de unos treinta y tantos años que a buen seguro era el marido de María, pues le hizo un gesto de apresuramiento que vino acompañado de un “ya voy José, ya salgo”.

Pasaron dos semanas y volví de nuevo al Registro. Esa vez, aun siendo viernes, no encontré a María, la sustituía una joven ucraniana, Ludmila, que hablaba español como yo el inglés. Pertenecía a la empresa de limpieza donde tenían contratada a María, “todo limpio,sa” y le pregunté por ella.

-No, no, María es enferma. Bebé próximamente. Problemas porque casa alquiler, dueño puff, echa a la puerta ya –la psicomotricidad era su fuerte porque gracias a ello pude colegir que María estaría próxima a dar a luz y que tenían señalada fecha para el desahucio por falta de pago-. No posible suspender marcha, ya suspensa una anterior. Pienso que hospital está, materno creo. Nacer niño en breve. No tener casa, pobre. Trabajo fin. Quizás ayuda. No sé. Yo tengo teléfono…

Le pregunté por el marido, pero ahí mi imaginación se vio desbordada, porque no entendí si el hombre era carpintero o se había marchado al extranjero en un barco, como la canción de Concha Piquer.

Jesús, hijo de María y José, nació el 25 de diciembre de ese 2010 a primera hora de la mañana, según me contó Ludmila con su lengua de trapo; a María le habían dejado en la habitación no sabía quién, no supo decírmelo vaya, (movía la cabeza de arriba abajo en perfecta coordinación con los hombros) un “décimo de lotería del Niño”, unas velitas aromáticas de incienso, que según aquélla olían a “porro” y una sustancia gomosa (así lo entendí interpretando aquel gesto en el que juntaba una y otra vez como si le fuera la vida en ello, los dedos gordo, índice y anular).

Ustedes se preguntarán, como lo hago yo cada día, qué fue de María, José y Jesús y la coincidencia de éstos con personajes de nuestra historia bíblica, pero la vida es un Misterio y además, otra historia.

Feliz Navidad a todas las personas que día a día contribuyen a que la vida de los demás valga la pena, crean o no en un Dios Padre Todopoderoso.