“NO ES EL CONOCIMIENTO LO QUE CONTRIBUYE AL ÉXITO, SINO LA FE Y LA PASIÓN”

 

 Lo que ven nacer hoy es el resultado de una apuesta tuitera con mi gran amigo Francisco Rosales, Notario en Alcalá de Guadaíra, a la vista de las entradas que tuvo en su blog el post que tuvo a bien publicar, intitulado “Cuadrándose ante un Abogado”.

 Y yo, que siempre cumplo un pacto, aunque no sea entre caballeros, me hallo en éstas.

 Les advierto desde ya que el blog no será eminentemente jurídico, creo que para eso hay blogs especializados con autoridad académica. Lo que pretendo, no es ni más ni menos que acercar el mundo del derecho a quienes no forman parte de él, al menos desde el estrado. Porque a pesar de lo que piensen, este mundo ni es tan oscuro ni tampoco tan distante. Antes al contrario, si lo piensan, todo en nuestras vidas está reglamentado por normas, normas cuyo fin principal no es otro que regular relaciones humanas o relaciones con la administración o castigar determinadas conductas que se alejan de lo admisible en una sociedad.

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 Decía Einstein que si buscas resultados distintos no hagas siempre lo mismo. Pues de eso también trata este blog, de dar mi particular visión del derecho desde un punto de vista humano, porque lo crean o no, los Abogados somos gente honrada.

 Empezaré contándoles mi primera peripecia en estrados.

 Yo acababa de terminar la carrera y para entonces y para quienes no tenía padrino como yo, ni antecedentes de parientes en la profesión, el ejercicio se hacía muy duro.  Mi pasantía fue tan breve como un suspiro ya que en aquél despacho al que tan encarecidamente fui recomendada por un proveedor de mi padre y a la sazón, el mejor cliente del bufete, me dejaron bien claras las cosas. Aún hoy, con el paso de los años, recuerdo la gravedad de aquellas gruesas palabras: “No espere usted hacer carrera aquí ni que yo le enseñe nada. Usted puede ver todos los expedientes que quiera de mi despacho pero no voy a enseñarle nada, ni las “triquiñuelas” del oficio para que el día de mañana las use usted en mi contra”.

Sí, como era de esperar, al tercer día resucité y dando las gracias no volví allí.

 Pero, cosas del azar, que en esto siempre es caprichoso, quiso el destino que un cliente desazonado por el dictamen de tan eximio personaje, acudiera a mi despacho en busca de ayuda. Pero me estoy desviando del camino…

 En ese año, 1991, comenzó en mi Colegio una iniciativa que ya se ha consolidado con los años: el crear una escuela de práctica jurídica, a fin de dar una solución a toda aquella terna de Letrados recién incorporados al colegio que carecían de pedigrí. Fui compaginando mis clases de práctica jurídica con el turno de oficio, pero curiosamente mi primer cliente no vino procedente del turno, sino recomendado por un gran amigo de la familia.

 El caso tenía su enjundia, pues el pobre hombre se vio inmerso en una peripecia propia de la serie enredo. Al parecer, en un accidente en cadena y por razones propias de la curiosidad humana, se acercó hacia el accidentado, en este caso, accidentada. Y sin comerlo ni beberlo, en un abrir y cerrar de ojos allí estaba, dentro de la ambulancia, confundido con el marido de la víctima. Por más que le explicó al médico que la atendía, no hubo manera, le encerraron y al llegar al hospital, sin entender por qué, un agente de seguridad le redujo, tirándolo al suelo y engrilletándolo.

Pensé que el motivo de mis servicios iban encaminados a lo que a todas luces era una detención ilegal, coacciones, trato vejatorio y lesiones, pero para mi sorpresa lo que me traía no era ni más ni menos que una citación para juicio de faltas por desobediencia y lesiones.

 El principio elemental de la relación cliente abogado se basa en la confidencialidad, palabra cuyo lexema nos indica, de un lado el secreto que debes guardar en relación a lo que oyes y, del otro, la confianza que debe existir entre ambos, de tal manera que si el cliente ha de decirte la verdad, tú has de tomarla como un dogma de fe…

 Como un dogma de fe… Y allí estaba yo, con mi toga, en el antiguo Juzgado de Instrucción 5 de Málaga, mi cliente a un lado y al otro el médico del 112, el sanitario del 112, el conductor de la ambulancia, la víctima ya plenamente recuperada y el agente de seguridad del hospital.

¿Los hechos? Mi cliente había bebido de tal manera el día de autos que en el adn sólo circulaba güisqui Chivas 12 años.

Entorpeciendo las labores del 112 se introdujo en la ambulancia, confundiéndola con la furgoneta en la que iba de pasajero, y en un afán de dormir la mona en tan hermosa camilla, no tuvo más osadía que tirar a la víctima al suelo con los sueros y vías incluidos. Durante el trayecto, el médico de urgencias aplicaba los primeros auxilios utilizando el protocolo para los estados de guerra, sitio y excepción. Y entre bamboleo de agujas, camilla, víctima e interfecto, llegaron al hospital, momento en el que fue finalmente reducido.

 Creo que no he vuelto a tener esa sensación de abismo jamás. Como también puedo jurar ante la biblia y ante las profecías de Nostradamus que no se me permitió hacer conclusiones, la condena fue inmediata.

 Y así fue como de una tacada descubrí lo que significaba el principio de inmediación, la valoración de la prueba y la verdad de las cosas.

 Se preguntarán qué me hizo seguir adelante ante tan estrepitoso fracaso y ridículo, pues ni más ni menos que la pasión, porque créanme si les digo que no es el conocimiento lo que contribuye al éxito, sino la fe y la pasión.

Años después y para resarcimiento y mayor gloria de quien suscribe, volví a tener juicio en la misma Sala y con el mismo Juez, pero esta vez había aprendido la lección, y eso, como saben… es otra historia.

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