Mi abuela solía decirme que hoy los matrimonios no se aguantan nada. Era una mujer muy creyente, aunque a mí más bien me parecía que estando en el ocaso de su vida tenía necesidad de creer.

Solía compartir mis inquietudes con ella, pues tenía un sentido común intacto, aunque su cuerpo no le obedecía. Según el médico, el cuerpo tenía fecha de caducidad y el suyo estaba ya muy cascado.

Yo entonces tenía el despacho junto a su domicilio, éramos vecinas y, casi siempre, manteníamos las puertas abiertas más que nada para que ella supiera que estaba allí.

Solía interesarse por cuanto sucedía a su alrededor. Yo me nutría de su experiencia de vida y ella de mi inocencia al enfrentarme con mi quehacer diario en el despacho.

Con frecuencia me arengaba sobre el honor que representaba la toga y el respeto a los demás. Lo que más le preocupaba es que en mi acometido diario pudiera hacer un daño intencionado a las personas que confiaban en mí. Eso, decía, era algo que era imperdonable, quebrantar la confianza de los demás.

-“Niña, un espejo, cuando se rompe en pedazos, lo puedes recomponer, pero al mirarte, siempre verás esas grietas. Eso representa la conciencia”.

Era un tanto Calderoniana. Creo que en eso he salido a ella.

Pero no se equivoquen, no es que pensara que lo que Dios ha unido no ha de separarlo el hombre. No. Sino que, veía con bastante escepticismo la razón por la que la gente decidía cesar su vida en común. Cuando yo le argumentaba que en la mayoría de las ocasiones podía deberse a un bache económico se reía más.

-“¿Bache económico?, qué sabrán esos infelices lo que es un bache económico. Cuando tu abuelo y yo nos vinimos a Málaga apenas teníamos para dar de comer a tus tíos y a tu padre. Vivíamos en una casa que a menudo había que decorar con cubos porque había más agua dentro que fuera. ¿Sabrán esos lo que es tener que poner a tus niñas a servir con siete años? ¿Y las cartillas de racionamiento? Antes no había ayudas sociales, ni comedores de ésos. Si ni las monjas tenían nada que ofrecer, salvo el consuelo…

Tonterías, tonterías…”

Peor era cuando le argumentaba que se habían dejado de querer como marido y mujer. Creo que ahí es cuando más chocábamos.

-“Pero niña, tú crees que yo he estado enamorada de tu abuelo?”

Yo ponía cara de pócker…

-“Abuela, tener siete hijos, al menos, presupone que sí”.

-“Tonterías, el amor está sobredimensionado. Cuando tú decidas casarte busca un compañero, alguien con quien compartir tu vida. Que te respete, con el que te complementes y tengas un fin común”.

Ahí es cuando en realidad la sacaba de quicio. Yo era más de Jane Austin y ella de un pragmatismo que apabullaba.

-“Abuela, eso que tú dices lo tengo con un perro”.

-“Zarandajas, el amor no trae más que problemas, niña”.

La cosa subía de tono cuando le recordaba la carta de San Pablo a los Corintios, la del amor.

Me apenaba su visión del amor, porque no quería pensar ni por asomo que nunca había sentido pasión, estremecimiento o alegría, desasosiego; en una palabra: vértigo.

Estaba yo con estas tribulaciones cuando mi amiga Carmen Carbonell, mi alter ego, como a mí me gusta decirle, me llamó por teléfono, arrancándome de mis divagaciones.

-¡¡¡¡MJ!!!!!!!! NO TIENES NI IDEA DE LO QUE ME HA PASADO. ESTO NO ME LO SUPERAS!!! HAS DE CONTARLO, PORFA-PORFA.

Solíamos rivalizar en casos surrealistas, todo hay que decirlo, desde la limpiadora de platillos volantes (que creo fue finalmente incapacitada), hasta el que pretendía exhumar al perro por una negligencia del veterinario. Pero sospechaba que lo que me iba a contar superaría con creces los casos de los que ya conocéis en mi libro, por ese entusiasmo que no disimulaba ni un ápice.

Charitrini, una septuagenaria, ama de casa de toda la vida, de “sus labores” como dijo Carmen que le comentó, estaba hastiada de Paco. Llevaban más de cuarenta años casados, con dos hijos mayores, que vivían de modo independiente y con familia propia.

Paco estaba jubilado, pero, con ocasión de un accidente de tráfico que padeció al cruzar un paso de peatones, le quedó una secuela en la cadera que le hacía caminar con dificultad, por lo que desde entonces era poco dado a salir de paseo, a no ser para echar la partida en el hogar del jubilado.

Charitrini comentaba siempre que el accidente no fue más que por culpa del tabaco. Y ahí es cuando discutían. Él insistía en que de pulmones no tenía nada y ella que tendría la cadera intacta si no hubiese sido por el tabaco, ya que era eso lo que el pobre Paco iba a comprar justo cuando el Opel Vectra de color verde le lanzó contra el parabrisas y lo estampó contra el asfalto.

Pese a todo, Paco no dejó de fumar, ni tampoco de acudir a diario a la partida, pero sí de salir a pasear con ella.

Así que, harta de tanto hastío y monotonía, un buen día, según me comentaba Carmen, decidió inscribirse en un curso de internet y Outlook para mayores.

A Paco todo aquello le importaba un pimiento, pero comenzó a afectarle cuando cada vez las ausencias de Chari eran mayores.

Se había comprado una Tablet y una impresora hp por Wallapop; bueno más bien, la compró su nieta pues ella aún era una… ¿cómo es que lo llaman? ¿inmigrante de internet? Pues eso.

Chari comenzó a utilizar Facebook, twitter, y sobre todo whatsapp.

Argumentaba que lo que más le gustaba era grabar su voz, para evitar las faltas de ortografía.

Así corrían sus días, entusiasmada por todo lo que pasaba en la red, intentando hacer partícipe a su marido de todo aquel mundo de color y fantasía.

Hasta que pasó lo que tenía que pasar, que el desafecto entre ambos creció como un virus que se inocula.

Paco empezó a experimentar cierta actitud desabrida, irritación a todo cuanto parecía o indicaba un crecimiento personal en Chari.

La frustración y la impotencia de Paco creció a niveles exponenciales hasta que según le comentó Chari, le rompió el himen y

decidió  separarse de él.

-¿Perdona, Carmen, has dicho himen?- La carcajada que solté fue de una magnitud tan estentórea que moví los papeles de la mesa.

 

No entendí absolutamente nada de lo que me decía Carmen, pues su voz se mezcló en el teléfono con mis risas, las suyas y unos hipidos que no pude controlar.

-“Sí, tal cual”. Me dijo cuando ambas nos calmamos.

-Pero Carmen, tienen dos hijos mayores. ¿Hablamos de lo mismo? A ver cuéntame porque ya no sé qué pensar. A ver si esta mujer con la edad se ha reconstruido “el chúo” y se lo ha vuelto a romper… Volvimos a reírnos aún más si cabe, sobre todo pensando en que eso mismo habría dicho Manuel Pérez Piñas, mientras Patricia De Dios nos llamaba a capítulo.

Carmen, ojiplática e intentando guardar la compostura, hizo hincapié en si los hijos eran o no fruto del matrimonio, explayándose Charitrini hasta en las horas de sus nacimientos, así que, viendo que la cosa se complicaba, tomó el asunto por los cuernos y le pidió que le contara con todo lujo de detalles cómo le había roto su Paco el himen, siendo éste el detonante de que hubiese tomado la determinación de separarse de él.

De repente Chari, tomó un folio de la mesa de Carmen y con bastante histrionismo escénico, viviéndolo como la primera vez, lo hizo añicos.

Lo que Paco había roto a Chari no era otra cosa que su email, su email impreso.

Desde entonces Charitrini ha dejado las clases de informática y se ha apuntado a inglés para dummies, pero eso, eso es otra historia.

Este relato está dedicado a mi amiga Carmen, no sólo es una de las mejores abogadas que conozco, sino mi yo en versión con sentido común.

 

 

Las imágenes que ilustran la entrada son de Jeremy Wong y de Ryan Mc Guire, a los que agradezco su calidad.