La Jueves era el travestí más esperpéntico que he visto jamás en mis años de ejercicio, una suerte de muñeca flamenca de las que venden en las estaciones de servicio para turistas aventados: vestida con traje de flamenca, lunares negro con fondo rojo, zapatos de tacón dos tallas más de la suya y pelo ensortijado a seis colores como la bandera gay.

Venía conducida por haberle arreado dos buenos sopapos a otra compañera de espectáculo, con tan mala fortuna que ésta, como consecuencia del impacto, de las dos sonoras bofetadas cayó al suelo, fracturándose la mandíbula, dos piezas dentales y casi la vida, al trastabillarse el zapato con el vestido y la enagua.

La delgadez de la Jueves no era normal, a ella le acompañaba un color amarilleo de sus pupilas y unas picaduras en los tobillos ajenas a la obra de un insecto.

No paraba de gritar al tiempo que agitaba las manos como si se estuviera arrancando con una llamada por alegrías en el camino que abarcaba los calabozos del juzgado al despacho de su titular.

Los funcionarios que la custodiaban rondaban la edad de jubilación y, bragados en estas lides, ignoraban por completo los ademanes de la Jueves a quien cariñosamente apodaban “Manolita”.

-“Manolita, tate quieta, que te vas a hacer daño con las esposas, mujé”. No te das cuenta que así no puedes entrar en el despacho de la señora jué”. Cármate, mujé, que va a sé peó pa ti y te vamos a tené que esposá con las manos detrás y no vas a podé menearte”.

 No sé si fueron las palabras del agente o mi gesto de asentimiento y preocupación, lo cierto es que, una vez entró en el despacho de la Sra. Juez, su actitud cambió por completo.

 La titular del Juzgado de Instrucción acababa de aterrizar en Torremolinos, natural de un pueblo del interior, éste era su primer destino. Su juventud venía acompañada de una gran dosis de inexperiencia que compensaba con sus ganas de trabajar y con las largas horas que dedicaba empeñada en sacar adelante la oficina judicial. Pese a todo, no era una persona agradable en el trato, más bien todo lo contrario, displicente y soberbia con Letrados, funcionarios y detenidos.

Así que esa mañana de diciembre, día del sorteo de Navidad, la Jueves no sólo parecía no tener el décimo premiado, sino que llevaba todas las papeletas para pasar una buena temporada en el hotel “las estrellas” con pensión completa.

 -“¿Sabe usted por qué está detenido?”. Espetó la Juez y su pregunta retumbó en el pequeño despacho.

Al unísono nos miramos los dos agentes, la funcionaria que transcribiría la declaración, la Jueves y yo.

“Mireusté, mi Señoría, yo estoy de te ni da (parándose en cada tintineo de la sílaba) por haberle pegao dos hostias a la Jessica, pero yo sólo le pegué dos hostias. Ella solita se cayó al suelo y se enganchó la enagua con el tacón”. Aclaró la Jueves.

-“A ver, ¿se llama usted Manuel Gutiérrez Florido y vive en Torremolinos, en la calle del Limonar número 50, apartamento 2-3A?”.

 Nuevamente nos miramos, esta vez con más preocupación si cabe, los agentes y yo. Había insistido por segunda vez en la condición masculina de la Jueves, pero esta vez llamándola por su nombre de pila, el que estaba reflejado en su documento de identidad. Y sus palabras, en la sala y en ese tono belicoso y antipático, sonaban a imprecación.

 La Jueves parecía inmune a la animosidad porque, con una sonrisa sibilina y tras tomarse su tiempo, le contestó sin inmutarse:

-“Eso pone en el carné de identidá, pero a mi tó Dios en la calle San Migué me conose como la Jueves; bueno, toa la gente menos los dos malajes éstos que me dissen Manolita”

 -“A ver, que nos entendamos, Manuel –increpó S.Sª- responda a la pregunta: se llama o no se llama Manuel Gutiérrez Florido y vive en Torremolinos, en la calle del Limonar número 50, apartamento 2-3A?”.

La pregunta no era baladí, ya que Manuel, ese chiquillo retratado en la foto del carné de identidad nada tenía que ver con aquella mujer de metro setenta, desvencijada y mal tratada por el curso de los años y las adiciones.

Rendida, pues, ante la insistencia de S.Sª, la Jueves afirmó llamarse Manuel, para inmediatamente adverar: “pero sólo en el carné de identidad, para todo lo demás, servidora de usté es la Jueves”, despejando así la primera incógnita planteada por la titular».

Tras hora y media de declaración y varias interpretaciones de los términos ronearse, vacilona, chavó y malaje, se dispuso la puesta en libertad de la Jueves con una condena de conformidad.

En realidad, nos encontrábamos con que en la acción de la Jueves concurría un concurso ideal de delitos. La acción, aun cuando tenía tintes dolosos, en su transcurso, el resultado participaba de notas culposas, lo que llamamos preterintencionalidad heterogénea. Realmente, la causa de la fractura de la mandíbula y la pérdida de las piezas dentales estuvo provocada por el trastabillo del zapato con la enagua, y el desequilibrio etílico de Jessica. Hecho que corroboró la forense.

 Sin embargo, antes de marcharse de la oficina judicial con la condena impuesta, consistente en una multa de escasa cuantía, dados los ingresos paupérrimos con que contaba, y el firme compromiso del abono de la indemnización estimada, S.Sª le preguntó nuevamente:

 -“Ma… Jueves… ¿por qué lleva usted pintados los ojos de amarillo? ¿Es por su espectáculo nocturno?

La Jueves demudó, me miró un instante como buscando mi aprobación, pero no supe entenderle, y acto seguido le espetó con un exceso de desparpajo:

-“Yo qué coño me voy a pintá los sojos de amarillo, esto es la hepatitis!!!! Soltando, acto seguido, una sonora carcajada a la par que llevaba su mano derecha a la cadera en un ademán de no dar crédito a tanta estolidez, abandonado seguidamente la oficina judicial con lo que pareció ser una vuelta fibraltada.

Muchísimos años después coincidí con ella en la antesala de la Audiencia provincial. Yo llevaba la defensa en turno de oficio de un individuo de muy baja estofa.

No la reconocí sin su traje de flamenca ni su melena ensortijada ni su extrema delgadez. En realidad, aquella rubia explosiva de metro setenta y aspecto sensual                                                                                                 que se acercaba a mi no podía ser la Jueves, no.

¡”Abogá…! La voz sí que la reconocí, ese sonido gutural era inconfundible. De hecho, esa voz era de un discordante con el aspecto que presentaba, de una escala de Richter del 1 al 9, un 10.

 –«Chochetillo, no me reconose?, soy la Jueves, bueno… ahora me llamo Irma, como en la película der Billy Wilder.

No me dejó que le formulara la pregunta, porque interpretó mis gestos y se anticipó… ¿Recuerdah aquél 22 de diciembre de hace 15 años? Sólo me permitió el gesto de asentimiento de mi cabeza.

¿Recuerdah  que tocó la Lotería en el night clú “las niñas del 27”?. Nuevamente moví la cabeza.

Pues yastá tó explicao, no?

No me dejó que replicara, porque nuevamente, anticipándose a mi pregunta me guiñó el ojo izquierdo y me dijo… “Ahhhh… abogáaaaa, pero eso… es otra historia”.

La imagen es de Daniel Lobo y la podéis encontrar en www.flickr.com