Jalo Killyki no era de Málaga, no. Eso era evidente. Nada más leer el nombre seguido del apellido supe que malagueño no era, gran astucia la mía…

Era originario de Oulu, una de las ciudades más al norte de Finlandia donde la temperatura en verano, con suerte, alcanza los 20 o 25 grados C, aproximadamente.

Como diría Manuel Pareja Obregón en sus Sevillanas de la Reina, Jalo era rubio como los trigos a la “salía del sol”, más largo que un día sin pan y más grande que un armario empotrado de dos puertas, como diría Chiquito de la Calzada. Pero, será por eso de la ley natural de la compensación, que todo lo que Jalo tenía de imponente, soberbio y corpulento lo tenía de cándido, ingenuo y tontorrón. Quizás de ahí su nombre…

De donde él venía el clima es extremadamente riguroso, y quizás porque la proximidad de su ciudad al círculo polar ártico provoca temporadas de luz azulada, en las que los días son un perpetuo crepúsculo, quiso conocer Andalucía, por su luz y su calor, recordándome con ello lo que el poeta Luis Cernuda exponía acerca del romántico éxodo hacia la luz. Y así, atraído mayormente por el clima, las costumbres y sus gentes, recaló un día incierto del mes de agosto en Torremolinos.

Pese a estar acostumbrado a los bochornos vaporosos de una sauna, ese calor húmedo, 37º a la sombra (como dirían Radio Futura), le provocaba una situación de ahogo y sofoco perpetuo que fue aliviando con cerveza y… más cerveza. Y así con la excusa de tapa y cerveza fue cogiendo una melopea más que curiosa, peligrosa. Hasta el punto, que según relató posteriormente, no alcanzaba a recordar cómo recaló con sus huesos en aquél club de señoritas ligeras de ropa, acompañado de una señora bajita y oronda cual mesa camilla y un tipo con pinta de legionario.

Alborozado por las circunstancias y, en cierta medida, jaleado por aquel grupo tan singular, Jalo contrató los servicios cariñosos de Pili, una morena lujuriante, de pechos exuberantes y caderas excitantes… Claro que la descripción respondía al momento etílico en el que Jalo se encontraba, lo que me trajo a la memoria aquel anuncio de la DGT sobre si bebes, no conduzcas, pues fíjate tú cómo aparcas… Pero no me quiero desviar… Como decía, Jalo, una vez en el lupanar, animado por las circunstancias y rodeado de aquella mujer espectacular, inició la subida a los cielos, siendo la caída a los infiernos más rápida que el tren de alta velocidad. Lo que en apariencia era una mujer despampanante, de cinturita estrecha y amplias caderas, labios carnosos… resultó esconder de forma muy oculta un vicio, uno de aproximadamente 20 centímetros de largo, que al rozarse con el cuerpo de Jalo produjo en éste la misma reacción química que la mezcla de agua fría con aceite hirviendo.

Ofendido y agraviado, acosado por las circunstancias y, en cierta medida también, por el grado de alcohol en sangre que circulaba por su cuerpo, comenzó a proferir gritos guturales en un idioma infernal. Era como si de repente aquél rubio noble de aspecto bonachón hubiese sido objeto de una posesión demoníaca. Claro que los gritos iban acompañados de golpes, baquetazos y empujones varios a fin de poder desprenderse de Pili, quien lejos de arredrarse se asía aún con más fuerzas a aquél espécimen sin igual.

La debacle fue de tal magnitud que los dueños de aquel curioso lugar comisionaron la presencia de la Policía Nacional, contando una versión subjetiva, parcial e interesada de los hechos que terminaron con el cuerpo vapuleado y maltrecho del finlandés en comisaría. Y si en un principio el noble y cándido Jalo no opuso resistencia, en su creencia de que sería recompensado por tamaño oprobio, su carácter cambió cuando los agentes intentaron conducirlo o más bien, introducirlo en los calabozos.

De nuevo, mostró el coraje, el arrojo y la valentía de quien se enfrente a las puertas del abismo, y como poseído por Ammón, demonio de la fuerza y la violencia, la emprendió a trompazos contra los agentes que pretendían encerrarlo en aquél cubículo. Ninguno lo consiguió y ya iban cuatro que caían dando vejigazos contra el suelo.

El revuelo fue de tal grado e intensidad que se hizo necesaria la presencia del grupo de operaciones especiales. En realidad, el agente que solicitaba la emergencia a través de su pocket no sabía a ciencia cierta, dado su nivel de histeria, si solicitar la intervención de los de la unidad de asalto o más bien la de un sacerdote experto en exorcismos, pues a la violencia inusitada de aquel individuo la acompañaban una voces ininteligibles.

Pero, por primera vez, Jalo tuvo suerte, la que llaman la suerte del principiante. Quien abanderaba el grupo de la UIP (unidad de intervenciones especiales) era un negociador nato, con altas cualidades para el diálogo que exasperaba al resto por su alto nivel de pachorra e indolencia; a ciencia cierta, Gerardo no debía estar destinado en dicha unidad. Junto a ellos, el sanitario de urgencias, pertrechado con una jeringa contenida de doble dosis de diazepam 10 mg para dormir a un elefante africano.

Como era habitual en Gerardo, antes de una “carga”, se dirigió al interfecto y, esta vez, lo hizo en el mismo idioma inextricable e infernal.

-“Hei , mikä hätänä”

No sólo demudó Jalo, lo hicieron por completo los de la unidad de intervención, los cuatro agentes desparramados por el suelo y el propio sanitario que no sabía si debía o no introducir aquella jeringa y, en todo caso, a quién.

Éste sólo comenzó a grita: “Kiitos, Kiitos” como si de un mantra se tratara.

Y, de esta manera, quedó exorcizado el demonio que había poseído al pobre finlandés, quien de manera atropellada y como un auténtico opositor a Notarías comenzó a relatar lo sucedido a Gerardo que hacía denodados esfuerzos por contener la risa para asombro y coraje de los presentes que no entendían ni un ápice de lo que estaba ocurriendo.

Jalo prestó declaración con mi asistencia y la del intérprete que vino a corroborar lo que aquél agente ya hizo constar en el parte de intervención, gracias al cual no resultó imputado por resistencia ni desobediencia.

No supe más de él, ni de Pili, ni de los personajes siniestros que le acompañaron en aquella noche aciaga del mes de agosto, no hasta que un día indeterminado del mes de abril de 2000, viendo un aburrido documental en el canal viajar de Canal Plus sobre la Catedral de Oulu, avisté a un sacerdote luterano que hubiera jurado era el vivo retrato de aquel rubio aficionado al sol español y a las cervezas.

Pero me falla la memoria y, en todo caso, eso es otra historia.